Mis vecinos exhibicionistas

Cada cual puede hacer lo que quiera en su casa, ¿no? Pero es que cuando una familia lo hace todo con las ventanas abiertas de par en par, puede llegar a enervar. Diréis que nadie me obliga a mirar a los vecinos, pero viene a ser como lo que sucede con los accidentes de tráfico: nadie obliga a mirar cuando ves uno en la carretera, pero todos miran obnubilados. Será el morbo.

Hace unos meses llegaron unos nuevos vecinos al piso de enfrente. Hay poca distancia entre mis ventanas y las suyas, así que estamos bastante ‘en contacto’. Los anteriores vecinos eran normales, en el sentido de que ‘cubrían’ las ventanas. De hecho, usaban un estor noche y dia en la mayoría de estancias que lo copiamos nosotros para nuestro salón. Cuando se fueron, se llevaron sus estores y los nuevos vecinos no quieren saber nada de la intimidad: todo se hace de cara al público…

Al principio pensábamos que necesitaban tiempo, que a lo mejor no había podido ir a la tienda a encargar unos estores. Pero no. Y ojo, porque son ventanas que tienen persianas, pero salvo la del dormitorio, en el resto de las estancias no usan ni persianas. Así que cuando me acerco al salón para mirar a que ver qué tal día hace, mis ojos se desplazan casi sin querer hacia su salón. ¿Qué estarán desayunando hoy? Ah, zumo y tostadas, ¡qué rico! ¿Por qué en mi casa nunca hay naranjas? Una parte de mi cerebro se pone a especular sobre la vida de los vecinos, mientras la otra lucha por bajar mi estor noche y dia y perder de vista a los vecinos.

Pero no solo está el desayuno. El hombre de la casa debe tener el termostato averiado y disfruta paseándose en paños menores. Camiseta nunca lleva, ni en invierno y por las mañanas debe querer sentirse libre como el viento y solo lleva calzoncillos. Y es curioso porque apenas nos hemos cruzado la mirada. Ellos no están preocupados por si los otros vecinos les miran. Simplemente hacen su vida. Quizás acabe quitando yo mis estores y viva la vida como ellos. Lo pensaré mientras les observo desayunar.