El cuerpo grita lo que la mente calla

La ansiedad es una experiencia humana universal, una respuesta natural del organismo ante situaciones percibidas como amenazantes o desafiantes. Sin embargo, cuando esta respuesta se vuelve desproporcionada, persistente e interfiere significativamente con la vida diaria, podemos estar hablando de un trastorno de ansiedad. En la sociedad actual, caracterizada por un ritmo de vida acelerado, presiones constantes y una incertidumbre creciente, los trastornos de ansiedad se han convertido en uno de los problemas de salud mental más prevalentes. Reconocer sus manifestaciones es el primer paso crucial para buscar ayuda y recuperar el bienestar. Identificar la ansiedad sintomas en Pontevedra, como en cualquier otra localidad, requiere prestar atención a una constelación de señales que no siempre son evidentes y que pueden afectar profundamente la calidad de vida de quienes las padecen, a menudo en silencio por miedo al estigma o por desconocimiento.

Los síntomas de la ansiedad son heterogéneos y se manifiestan en diferentes planos: físico, psicológico y conductual. A nivel físico, el cuerpo reacciona a la percepción de amenaza activando el sistema nervioso simpático, lo que desencadena la conocida respuesta de «lucha o huida». Esto puede traducirse en una amplia gama de sensaciones corporales a menudo desconcertantes y alarmantes para quien las experimenta. Son comunes las palpitaciones o taquicardia, una sudoración excesiva incluso en reposo, temblores en manos o en todo el cuerpo, sensación de ahogo o falta de aire, opresión o dolor en el pecho –que puede confundirse erróneamente con problemas cardíacos–, náuseas, mareos o sensación de inestabilidad. La tensión muscular crónica, especialmente en cuello, hombros y mandíbula, es otro síntoma físico frecuente, al igual que la fatiga persistente, los problemas de sueño (dificultad para conciliarlo, despertares frecuentes o sueño no reparador) y las cefaleas tensionales. El sistema digestivo también suele verse afectado, manifestándose en forma de diarrea, estreñimiento o síndrome del intestino irritable.

En el plano psicológico y cognitivo, la ansiedad se caracteriza por una preocupación excesiva y difícil de controlar sobre diversos temas, a menudo relacionados con situaciones cotidianas, el futuro, la salud o el desempeño laboral o académico. Pueden aparecer pensamientos intrusivos y recurrentes de carácter negativo o catastrófico, así como una sensación generalizada de aprensión, nerviosismo o temor sin una causa aparente clara. La dificultad para concentrarse, la sensación de tener la mente en blanco, la irritabilidad, la impaciencia y una constante sensación de estar «al límite» o «en vilo» son también manifestaciones habituales. La persona puede sentirse inquieta, incapaz de relajarse, y experimentar una anticipación temerosa ante eventos futuros. En casos más agudos, como en los ataques de pánico, puede surgir un miedo intenso a morir, a perder el control o a volverse loco, acompañado de una desrealización (sensación de que el entorno no es real) o despersonalización (sensación de estar desconectado de uno mismo).

El comportamiento de una persona con ansiedad también suele modificarse. Una de las conductas más características es la evitación. Quienes padecen ansiedad tienden a evitar lugares, situaciones o actividades que perciben como desencadenantes de sus síntomas, lo que puede llevar a un aislamiento social progresivo y a una limitación significativa de su vida. Pueden mostrarse más retraídos, cancelar planes a última hora o tener dificultades para tomar decisiones. A veces, se observan cambios en los patrones de alimentación, ya sea por exceso o por defecto, o un aumento en el consumo de sustancias como alcohol, tabaco o fármacos en un intento disfuncional de automedicar la angustia. La inquietud motora, como moverse constantemente, tocarse las manos o morderse las uñas, también puede ser una señal externa de la tensión interna que se está experimentando. Identificar estos patrones requiere una observación atenta, tanto por parte de la persona afectada como de su entorno cercano.

Diferenciar entre la ansiedad normal y un trastorno de ansiedad clínico radica fundamentalmente en la intensidad, la frecuencia y la duración de los síntomas, así como en el grado de interferencia que provocan en el funcionamiento diario (laboral, social, personal). Cuando la ansiedad se vuelve abrumadora, persistente y limita la capacidad de llevar una vida plena y satisfactoria, es fundamental buscar apoyo profesional. Psicólogos y psiquiatras son los profesionales capacitados para realizar una evaluación exhaustiva, establecer un diagnóstico preciso y diseñar un plan de tratamiento individualizado. Las terapias psicológicas, como la terapia cognitivo-conductual (TCC) o la terapia de aceptación y compromiso (ACT), han demostrado una gran eficacia en el manejo de la ansiedad, proporcionando herramientas y estrategias para identificar y modificar patrones de pensamiento y comportamiento disfuncionales, aprender técnicas de relajación y afrontamiento, y reducir la evitación. En algunos casos, puede ser necesario complementar la terapia con tratamiento farmacológico, siempre bajo prescripción y supervisión médica. Ignorar los síntomas o intentar «aguantar» sin ayuda profesional suele cronificar el problema y aumentar el sufrimiento.

La búsqueda de ayuda no es un signo de debilidad, sino un acto de valentía y autocuidado. Comprender que la ansiedad es una condición tratable y que existen profesionales dispuestos a acompañar en el proceso de recuperación es esencial para romper el ciclo del malestar. La intervención temprana mejora significativamente el pronóstico y permite a la persona recuperar el control sobre su vida.

El reconocimiento temprano de las señales y la disposición a buscar ayuda especializada son pasos fundamentales para manejar la ansiedad y mejorar la salud mental general. Abordar estos síntomas permite a las personas desarrollar resiliencia y recuperar su bienestar funcional y emocional.

Apoya el crecimiento de los más pequeños con orientación profesional

La terapia infantil en A Coruña abre las puertas a un conjunto de herramientas específicas que se centran en el desarrollo emocional y conductual de los niños. En muchas ocasiones, los pequeños experimentan cambios o situaciones que pueden resultarles abrumadoras, y es fundamental contar con profesionales que sepan abordar estos retos de manera sistemática y empática. La intervención temprana, basada en métodos que toman en cuenta las particularidades de cada edad, incide en la prevención de problemas futuros y fomenta la adquisición de habilidades sociales que impulsan el crecimiento integral.

En el momento en que los niños atraviesan periodos de estrés o ansiedad, resulta decisivo identificar las manifestaciones que pueden variar según su etapa de desarrollo. Algunos pueden mostrar temor excesivo, aislamiento o irritabilidad sin causa aparente. Al contactar con un especialista en terapia infantil en A Coruña, los padres suelen recibir una orientación clara respecto a las conductas que deben vigilar con atención, así como estrategias adaptadas a cada situación. El objetivo es que el menor exprese sus emociones de forma saludable, evitando la acumulación de tensiones que a la larga podrían derivar en dificultades sociales o académicas.

El entorno familiar es el primer escenario donde el niño aprende a manejar sus sentimientos y sus relaciones. Una intervención profesional contempla no solo el trabajo directo con el menor, sino también la colaboración con los padres o cuidadores. Mediante conversaciones y dinámicas, se exploran pautas de crianza, hábitos de comunicación y posibles conflictos que podrían estar reforzando conductas problemáticas. La idea radica en comprender la situación real del núcleo familiar para establecer un plan de acción que beneficie a todos sus miembros. Cuando los adultos adquieren herramientas para guiar al pequeño con mayor seguridad, se refuerza su rol como figuras de referencia y se genera una atmósfera de estabilidad.

Cada sesión de terapia se adecua a la etapa evolutiva del niño y a las características particulares de su entorno. Técnicas como el juego, los cuentos o la expresión artística sirven para que el pequeño pueda manifestar sus inquietudes sin sentirse presionado. En esas actividades, el profesional observa conductas, identifica miedos y fortalece la confianza del menor. Además, el uso de historias o de elementos simbólicos facilita la comprensión de valores como la empatía, la responsabilidad y la tolerancia. La motivación y la cercanía se convierten en herramientas esenciales para que el niño participe activamente y asimile las enseñanzas de manera natural.

El aprendizaje de habilidades sociales constituye uno de los objetivos principales en muchos tratamientos. Se busca que los niños adquieran la capacidad de resolver conflictos, de respetar turnos, de gestionar sus emociones y de expresarse con asertividad. Estos logros permiten una mejor adaptación a los entornos escolar y familiar, ya que propician la colaboración y la convivencia armónica con los demás. Este proceso no es inmediato, pues requiere paciencia y constancia por parte de todos los implicados, pero puede marcar la diferencia en la forma en que el menor se relaciona con su entorno a lo largo de su crecimiento.

Cuando se trabaja con problemas de comportamiento, es frecuente que el especialista evalúe la presencia de factores desencadenantes, como cambios bruscos de rutina, la aparición de un nuevo miembro en la familia o una etapa de transición, como el ingreso a la educación primaria. En estos casos, se realiza un acompañamiento sistemático que ayuda al niño a entender y a asimilar las nuevas situaciones, a la vez que se guía a los padres en la adaptación de la dinámica familiar. El desafío consiste en encontrar el equilibrio entre dar al pequeño un sentido de seguridad y permitirle explorar su autonomía.

La constancia en la terapia adquiere un papel determinante. Es habitual que al comienzo del proceso haya un periodo de evaluación y observación que permita diseñar estrategias a la medida de las necesidades del niño. A medida que avanzan las sesiones, se ajustan los métodos de intervención y se introducen nuevas actividades que refuerzan los progresos o que abordan aspectos que requieran mayor atención. Al cabo de un tiempo, el menor desarrolla la capacidad de expresar sus sentimientos con más fluidez, de interactuar sin temor y de enfrentar retos cotidianos con mayor resiliencia.

La confidencialidad que caracteriza el trabajo del profesional aporta un espacio seguro donde el niño puede sentirse comprendido y, a la vez, alentado a superar sus miedos. Los padres, al recibir información puntual acerca de la evolución del proceso, también perciben la importancia de participar en cada paso y de mantener una comunicación abierta y honesta en el hogar. Este vínculo entre la terapia y el ambiente familiar es fundamental para consolidar los logros y fomentar la estabilidad emocional del menor.

La prevención de problemas a largo plazo se logra atendiendo a señales tempranas y aprovechando la plasticidad del cerebro infantil para inculcar hábitos de pensamiento y de comportamiento saludables. Cuando el entorno contribuye de manera positiva, el niño aprende a gestionar sus fracasos, a establecer vínculos basados en la confianza y a desarrollarse en distintas áreas de manera integral. La orientación profesional no solo beneficia la etapa presente, sino que brinda herramientas que pueden acompañar al menor durante toda su vida. De este modo, se sientan las bases para un futuro en el que las emociones y el comportamiento están mejor regulados, promoviendo relaciones enriquecedoras tanto en la infancia como en la adultez.

HAN CAMBIADO NUESTROS COMPORTAMIENTOS

Desde que empezó la pandemia ha habido un aumento de los casos de ansiedad en Ourense más que nada por lo que puedo ver en mis amigos y en mucha otra gente que conozco. Pero menos mal que la pandemia parece que se está yendo y que la gente ya está volviendo a la normalidad poco a poco, pero en muchos aspectos nos está costando bastante volver a ser como éramos. Y me doy cuenta sobre todo en mi grupo de amigos a la hora de salir por las noches, ya que algunos todavía son reacios a salir por los mismos sitios a donde íbamos antes de la pandemia. Solamente si vamos al bar de siempre vamos todos, y eso es porque allí no vienen otros grupos de gente. Como ese bar no está en la zona de salir por las noches es más sencillo estar solos. A mi personalmente me gusta ir al bar, pero cuando no vamos normalmente voy a casa de un amigo a pasar la noche, ya no tengo ganas de ir por ahí como hacía antes, aunque también he de decir que antes no disponía de un piso al que poder ir. Durante los meses de la pandemia ese piso fue mi salvación, ya que mi amigo me había hecho unas llaves unos meses antes para que le cuidase el piso cuando él no estuviese y como los fines de semana nunca está me los paso allí solo viendo la tele y bebiendo unas copas. Mientras no moleste a nadie no creo que esté haciendo nada malo, y hago lo posible para que los vecinos no se den cuenta de que estoy allí.

No hace demasiado tiempo salí una noche con unos amigos y cuando estás en la zona de salir te das cuenta de que ya no es del todo igual a como era antes. La gente ya no es tan efusiva como antes y más o menos la gente se mantiene a una distancia prudente, eso me parece bien ya que nunca fui partidario de las aglomeraciones y por eso me gusta estar solo en casa.