Genios, pesados e hipocondriacos

No soy hipocondríaco pero conozco bastantes personas con ese trastorno: es el miedo a padecer enfermedades, generalmente graves y/o mortales. Este miedo a menudo puede transformarse en ansiedad y ocasionar trastornos reales que no tiene que ver con la enfermedad que atemoriza al hipocondríaco. Una paradoja que se hace visible en muchas personas.

Uno de los primeros hipocondriacos que conocí fue a Woody Allen… no le conocí directamente pero casi: sus películas son tan autobiográficos que es como un amigo. Escucharle hablar por teléfono y decir a su psiquiatra: “necesito una cita, he notado que tengo carcinoma de estomago”, no tiene precio… siempre, claro está, en un contexto humorístico.

Es muy habitual que en sus películas los personajes que interpreta tengan algún conato de enfermedad o alguna paranoia vinculada a algún trastorno grave. Y luego la cosa nunca pasa a mayores. Allen puede resultar entrañable en sus películas pero estoy convencido de que no lo es tanto en la vida real… como el resto de hipocondriacos. Porque los hipocondriacos pueden resultar muy pesados, hasta el punto de que la enfermedad le sale a uno, solo de de escucharles…

Y luego están los médicos que le confunden a uno con un hipocondriaco. Una vez fui a mi médico de cabecera porque creía que tenía un problema. No, no se trataba de temor a padecer carcinoma de estomago, sino algo más habitual y menos grave. Y no era un temor. Lo había analizado de forma racional, contrastado con información que había obtenido en internet (que puede ser un arma de doble filo, es verdad) y me presenté en la consulta, diciendo: “tengo esto”.

La doctora, desde el principio, no me hizo mucho caso. Solicitó una prueba a regañadientes y en esta no se vio nada. Pero yo sabía que tenía algo. A pesar de todo, me llegué a sentir un poco Woody Allen, porque nadie me hacía caso, incluso con datos médicos. Logré mantenerme tranquilo pero decidido, se trataba de mi cuerpo y yo sabía lo que había. Al final, se hizo una segunda prueba, y luego una tercera, y al final yo tenía razón. Fue mi época de judío neoyorquino vagando por los pasillos de los hospitales pidiendo un poco de atención…